Tláloc: un mito

¿Qué nos hace preservar nuestra historia? En 1964 se construyó el Museo Nacional de Antropología (MNA) para salvaguardar el legado indígena de México. Fue un proyecto muy ambicioso dividido en cinco equipos de de trabajo: el de asesoría didáctica, el museográfico, el artístico de maquetas y dioramas, el arquitectónico y el de asesoría antropológica, arqueológica e histórica. Este último estaba encargado de planear el traslado de las piezas que se encontraban en el Museo Nacional, así como de buscar y trasladar piezas arqueológicas que pudieran atraer a más visitantes al museo.

 

               Hubo dos piezas que necesitaron mayor trabajo de logística; dos monolitos que debido a su tamaño fue necesario diseñarles un vehículo propio en el cuál pudieran desplazarse sin sufrir daños en su estructura. Uno de ellos, La piedra del Sol, se encontraba en el Museo Nacional y sería la pieza principal de la Sala Mexica. El segundo se colocaría en la entrada del recito para dar la bienvenida a turistas curiosos que atraídos por las dimensiones y características de la escultura quisieran ingresar. El presidente, Adolfo López Mateos, escogió una representación que atribuyó a la deidad de la lluvia: Tláloc, sin saber que estaba equivocado.

 

Tláloc: un mito     

 

A 50 kilómetros del Distrito Federal en las faldas del Monte Tláloc se encontraba un gran monolito conocido como La piedra de los tecomates, ahí se realizaban diversos rituales católicos y prehispánicos, excursiones escolares y paseos de fin de semana. El pueblo de San Miguel Coatlinchán conocía muy bien esta piedra y sabía que se trataba de una representación de Chalchihutlicue, Señora de las aguas terrestres; identificable por su falda (maxtlatl) y por los doce tecomates que tiene formados en dos hileras sobre el pecho. Durante mucho tiempo su existencia pasó desapercibida hasta que fue requerida para ser llevada al MNA.

 

                  Después de muchos intentos fallidos de llevarse pacíficamente al monolito, el 16 de abril de 1964 por fin lo lograron, a pesar de la inconformidad de los lugareños y con la entrada del ejercito a la comunidad. La escultura se encontraba adherida a una roca de mayor tamaño por lo que fue necesario cortarla y levantarla ya que estaba recostada sobre esta. El encargado del proyecto fue el Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien también diseñó el MNA.  Hombres, mujeres y niños corrieron detrás del gran vehículo que se llevaba la piedra a la ciudad tratando de detenerlo y regresarla al Tlalocan, su santuario, pero de nada sirvió. Días antes ya habían cercado a Chalchihutlicue, destruido la plataforma y escondido las herramientas de trabajo con las que la estaban extrayendo, incluyendo dinamita; y se habían levantado en armas para tratar de mantener el monolito con ellos. El gobierno les prometió muchas cosas pero lo único que la gente de Coatlinchán recibió fue una escuela y un centro de salud, además de grandes cantidades de basura, contaminación, violencia y olvido.

                   Al igual que La piedra del Sol, La piedra de los tecomates hizo un recorrido por puntos significativos de la ciudad, como el Zócalo, la Alamenda Central  y el Paseo de la Reforma, antes de ser colocada en su nuevo sitio definitivo. Pero al llegar a la capital el nombre de Tláloc ya había desplazado al de  Chalchihutlicue y ni su falda, tecomates, o la ausencia de los rasgos de la deidad de la lluvia pudieron hacer que la Señora de la falda de jade fuera recordada.

 

Coatlinchán: desgaste ecológico, cultural y moral

 

Cuando ya no quedó algún indicio de la gran piedra de Coatlinchán, el pueblo sintió una gran tristeza. Habían perdido parte de su historia e identidad, a cambio les dejaron un centro de salud para atender a niños con tosferina, una escuela, un santuario ecológico destrozado, árboles talados, un arroyo contaminado, bardas destruidas, humo de llantas quemadas, venta de tierras y caminos nuevos que abrieron paso a asentamientos urbanos clandestinos que poco a poco fueron deteriorando a la comunidad y a sus habitantes.

 

-El pueblo no sólo perdió a la piedra también perdió su dignidad- dice la profesora Villareal al recordar lo ocurrido.

 

                  La gente tuvo miedo de que su pueblo fuera olvidado, sus zonas arqueológicas y haciendas se encontraban en decadencia. Lo único que a su parecer los hacía sobresalir de entre los demás pueblos ya no estaba con ellos. Con el tiempo Coatlinchán ha ido perdiendo su fauna y flora. Cuenta con una especie endémica de nopal y una flor, conocida como “rompe platos” que por falta de interés se descuidaron y ahora son muy escasas, también fueron introducidos olivos y eucaliptos en la región. Su río se ha secado casi por completo y las tierras de labor dominan el paisaje otrora boscoso.

 

                   Actualmente la Comisión Nacional de Agua (Conagua) promueve la creación de comités de cuencas que se encargan de conservar, rehabilitar y recuperar cuerpos de agua en el Estado de México. Tiani Garilú Murrieta Benítez es la encargada de los ríos Manzano, Coatepec y Santa Mónica los cuales se encuentran muy cerca del lugar de La piedra de los tecomates. En un censo que realizó el año pasado encontró que en la región existen 77 tala montes y 66 carboneros clandestinos, los cuales afectan significativamente los suelos del monte.

-Ha sido difícil hacer que la gente se interese por cuidar su entorno y participe en los proyectos de recuperación, es por eso que tiene que venir gente de fuera para poder continuar con los proyectos- dice Tiani, quien hasta ahora ha limpiado el acceso al santuario de Tláloc y recolectado alrededor de 20 toneladas de basura.

 

                Su proyecto está planeado para que en una primera fase se utilice una hectárea para experimentación, y si funciona, aplicarlo al resto de la zona. Para conseguir mano de obra planea enlazar su proyecto con el programa federal de empleo temporal.

 

-Me da tristeza ver a mi pueblo, las personas ya no se interesan por la comunidad, llegaron a vivir aquí porque el gobierno les construyo sus casas y les dio luz y agua. Ellos no conocen nada del pueblo y por eso lo destruyen y venden sus tierras- Comenta la profesora Villareal al respecto del gran número de personas que llegaron a vivir ahí de manera ilícita y apoyados por el gobierno en años recientes.

 

Rescate de Chalchihutlicue                

          

El camino al paraje en el que se encontraba Chalchihutlicue es difícil de recordar, se pierde el rumbo entre las veredas que intentan sobrevivir a la gran invasión urbana y al maltrato ecológico. La profesora Guadalupe Villareal es una de las pocas personas interesadas en preservar este sitio arqueológico. Ella da visitas guiadas, conferencias, planea actividades con la comunidad y además posee un gran archivo documental y fotográfico de Coatlinchán y de cuando se llevaron la gran piedra.

 

                  A finales del año pasado y lo que va de éste, se presento el documental La piedra ausente de Sandra Rozental y Jesse Lerner, el cual relata lo ocurrido con Coatlinchán mientras se llevaban la piedra y lo que piensa en la actualidad. Pero el resultado final para nada agradó a la gente originaria del pueblo, ya que la información que fue recolectada no coincide con la que presenta el documental, alguna es falsa o tergiversada, los testimonios son de personas que nada tienen que ver con la comunidad o con el hecho y hace comparaciones de la piedra con dibujos animados, que la profesora Guadalupe considera una falta de respeto. El próximo 31 de mayo en la plaza de Coatlinchán, con motivo del 7O aniversario de la replica de La piedra de los tecomates, la profesora presentará un libro con investigaciones y fotografías que ha recolectado desde que se llevaron la piedra.

 

                 Desde marzo y hasta agosto de este año la fuente de Tláloc se encontrará en recuperación y mantenimiento, el largo tiempo que el monolito lleva a la entrada del MNA ha desgastado su superficie y la ha ido contaminando con hollín y grasa. En este tiempo también se ha enterrado su significado, origen e historia verdadera, dejando atrás a Chalchihutlicue y convirtiendo a Tláloc en un emblema del museo, en un mito.     

  

¿Sólo así he de irme?

¿Cómo las flores que perecieron?

¿Nada queda en mi nombre?

¿Nada de mi fama aquí en la tierra?

¡Al menos flores, al menos cantos!


Fragmento de los cantos de Huejotzingo que da la bienvenida

a la Sala de las Culturas Indígenas de México en el MNA


Por: Agujosa Chávez Natzidiery, Bravo Sánchez María, Martínez Soto Óscar Alejandro, Moreno Aguilar Cecilia,        Sánchez Sánchez Itzel Alejandra


 

Infografía, Excelsior

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